En esta entrevista, el autor de La Soledad de los Números Primos - una de las perlas de nuestro blog- nos cuenta de forma sincera y abierta episodios personales y de su faceta como escritor.
A través de ellos, nos hace pensar en cosas importantes como lo difícil que puede resultar encontrar tu verdadera vocación o cómo las relaciones personales y las vivencias nos construyen para acercarnos a quienes queremos ser.
Tanto si ya te has leído su primera novela como si no, tal vez te apetezca reflexionar un poco de la mano de este prometedor escritor italiano.
Tras el fenómeno de “La soledad de los números primos”, Paolo Giordano entró en guerra consigo mismo, engordando y aislándose de todos. Necesitó de una guerra de verdad para escapar de la parálisis y, aunque en los desiertos de Afganistán encontró “El cuerpo humano” (Salamandra/Ed. 62) y otra forma de entender la masculinidad, casi pierde a su pareja. Nos lo cuenta con detalle en su estudio de Turín, en una suerte de sesión terapéutica. texto ANTONIO LOZANO fotos ASÍS G. AYERBE
El elíptico interior de la Mole Antonelliana -uno de los símbolos arquitectónicos de Turín, construido entre 1863 y 1878- alberga el Museo Nazionale del Cinema. Su principal atracción, sin embargo, consiste en subirse a un ascensor acristalado que, de forma meteórica y totalmente disuasoria para los que sufren de vértigo, lo deposita a uno en un mirador a 167,5 metros sobre el suelo, cifra que en su día lo convirtió en el edificio de ladrillo más alto de Europa. Una propulsión, rematada con un encumbramiento, de similar intensidad es la que experimentó el -con permiso de un Alessandro Baricco que ha residido en Roma los últimos años- escritor más relevante de la ciudad, Paolo Giordano, gracias a su ópera prima, La soledad de los números primos. Corría 2008, tenía 26 años y ninguna experiencia previa en el mundo de las letras. Ganó el gordo literario de su país, el Premio Strega, y los lectores de esta revista la escogieron como mejor obra de narrativa extranjera de cuantas se tradujeron en 2009, apuntalando un sonado éxito de ventas en España (350.000 ejemplares). Aquella novela de seres emocionalmente frágiles, atrapados en fortalezas mentales levantadas por sofocantes episodios de la niñez, donde una cita de Sylvie de Gérard de Nerval servía de pórtico, dejaba claro que detrás latía una sensibilidad a la que lidiar con la fama no le iba a resultar nada fácil. Y así fue. Giordano ha necesitado cinco años, dos proyectos fallidos y una guerra para reencontrar su camino. A esto hay que sumarle una aguda crisis de confianza y suficientes peleas con su novia como para temer que la relación podía romperse en cualquier momento.
Pero aquí está al fin El cuerpo humano, que es como decir la superación de esa gymkama letal que supone toda novela que sigue a un bombazo tan prematuro como inesperado. En ella, Paolo Giordano retrata de forma coral la vida cotidiana en una base militar italiana en medio de desierto durante el conflicto de Afganistán. A las maniobras, los combates, los roces, la fraternidad y el tedio del presente se solapan los saltos al pasado para conocer los orígenes y las heridas profundas tanto de soldados como de oficiales. Al contrario que en su debut, donde todo estaba medido y ajustado, aquí ha buscado “moverme con mayor libertad, conceder más espacio al lector para interpretar a los personajes”.
Y es por El cuerpo humano que el autor recibe al fotógrafo y al redactor en su estudio turinés (...)
Carl Jung nos sobrevuela
Rompe el hielo el anfitrión comentando que hay una tradición, entre los estudiantes turineses, que dicta que la Mole Antonelliana no debe subirse hasta que uno se gradúa, pero que él no lo hizo hasta hace poco. La parábola salta a la vista: la verdadera madurez, para Giordano, justo acaba de empezar. (...)
Sentados ya para dar inicio a la entrevista, llama la atención del periodista un gigantesco ejemplar del legendario Libro Rojo en el que el psicólogo suizo Carl Gustav Jung sentó las bases de su cruzada por hacer aflorar el inconsciente. Se antoja una buena señal a las puertas de empezar una charla con la que se busca perfilar a un autor que saltó a la celebridad con un libro que hablaba de barreras psicológicas y al que le preocupa especialmente la distancia entre el yo íntimo y el yo social. Resulta que Giordano acude como oyente a una asociación jungiana porque sus análisis “son muy inspiradores para la vida y muy útiles para mi trabajo”. Arranca la sesión.
Un instante de la entrevista en el estudio turinés de Paolo Giordano.
Perdido entre números
“No estoy muy seguro de por qué estudié física teórica. En mi último año en el instituto me debatía entre cursar filosofía o algo de ciencias y, paradójicamente, un profesor de la primera, con afán proteccionista, me dijo que ni se me ocurriera seguir sus pasos. Ahora me arrepiento. Creo que escogí una de las disciplinas más complejas, si no la que más, porque quería ponerme a prueba, plantearle un desafío a mi inteligencia, me estaba diciendo ‘si puedes con esto, podrás con todo’. Desde niño, la necesidad de demostrar mi valía había sido un motor constante. De hecho, hasta hace escasos años mi vida parecía consistir en un sometimiento continuo a exámenes finales, algo agotador”…
“Cada día, de camino a la universidad, iba pensando que no era lo suficientemente listo y estaba convencido de que solo era cuestión de tiempo que descubrieran que era un fraude. Llegaba a encontrarme mal físicamente. Aunque la física era una montaña frente a la que me veía diminuto, acabé amándola y convenciéndome de que dedicaría mi vida a ella. Pero, si bien llegué a completar un doctorado, que versaba sobre el análisis matemático de los datos que se obtienen de los aceleradores de partículas, el éxito de La soledad… me impulsó a dejarla”.
La escritura y el amor
“Lo de escribir empezó como un modo de librarme del estrés y del miedo que me generaba a diario la física. En realidad, surgió de otro abandono y de otra frustración previos. Durante más de diez años toqué la guitarra y escribí música, esa era la veta artística que me oxigenaba. Hasta que llegó un momento en que admití que carecía de talento y que no iba a ningún lado, de modo que, de un día para otro, metí el instrumento en una funda. Durante los meses siguientes me volqué en el estudio pero me ahogaba, en sentido literal, y decidí salir a coger aire escribiendo cuentos. Nunca lo había probado, sospecho que antes por temor a descubrir que no era capaz que por falta de ganas. Me apunté a un curso en la Scuola Holden, la fundada por Baricco, que era más un lugar de encuentro y debate que un taller de narrativa. Ahí conocí a mi pareja actual, fuimos para cada uno la persona justa en el momento justo. Me convenció de lanzar a la basura los relatos y concentrarme en la novela. Todo se alineó”.
Distancias insalvables
“Parte de la magia de La soledad… provino de su confluencia con esa relación sentimental y parte del hecho de que la espontaneidad guió sus pasos. Lo empecé en paralelo a mi tesis doctoral y, puesto que mi tutor me insistía mucho en la precisión de los datos a los que debía llegar, proyecté esta obsesión sobre mi estilo, buscando la nitidez de la frase sencilla y de la exposición clara a la hora de explicar la historia, algo que, de paso, me confería seguridad. Con aquella novela quería arrojar un poco de luz sobre rincones delicados de mi pasado, entender si algo fue mal, explicarme las causas de diversas manifestaciones de un dolor íntimo ligado a relaciones familiares, de amistad y de pareja. No es que hubiera un trauma concreto, no fui ni un niño ni un adolescente marginado, ni tuve grandes conflictos con mis padres, sacaba buenas notas, solo en los deportes era una nulidad (ríe)… se trataba de algo más sutil, ligado a las relaciones sociales. Desarrollé de forma muy temprana un malestar al descubrir la brecha entre tu auténtica personalidad, escondida en alguna región interior, y la que proyectas de cara al exterior. La falta de conexión entre ambas me dolía y busqué transmitirlo en mi ópera prima. Qué abstracto todo, ¿verdad? Me resulta complicado ponerle palabras, supongo que si sigo escribiendo sobre ello es porque escapa a simplificaciones”.
Hasta las narices
“Hace escasos años hubiera afirmado que la infancia y la adolescencia iban a ser los temas a los que me iba a dedicar el resto de mis días. Pero ahora, aún reconociendo que hay una fuerza gravitacional que me devuelve a ese lugar con frecuencia, no lo tengo tan claro. Al tratar sobre esos asuntos tan privados en el libro, y luego en un sinfín de entrevistas, acabé autoanalizándome hasta el hartazgo. Después de tres años de gira promocional, me sentía vacío del todo. No veía el momento de cerrar esa puerta y abrir otra”.
“A esto se sumaban los efectos perversos de la fama. Ese encontrarse convertido en un perenne centro de atención me desequilibró por completo al alterar las relaciones con todo mi círculo. Uno empieza a darle vueltas a qué quiere de verdad la gente de ti y a sobreanalizar cada uno de sus movimientos cuando, en realidad, nada ha cambiado. Yo, que nunca había sido sociable por naturaleza, me aislé de una forma terrible y, claro está, acabé hasta las narices de mí mismo. El problema es que siempre que me sentaba a intentar arrancar una nueva historia, el miedo al fracaso me paralizaba, la sospecha de que podían haberme colocado en un lugar del que no era digno, que todo era un accidente, me corroía. Así que todas las palabras me sonaban a intentos por desmentirlo, por demostrar que sí era lo suficientemente bueno. Me pasé un año prácticamente encerrado en este estudio lanzando páginas y más páginas a la basura de dos libros fallidos. Llegó un momento en que empecé a estar cabreado con todo el mundo, culpando a los otros de estar presionándome en vez de reconocer mis paranoias. Decidí abandonar Turín por unos meses”.
Diez kilos de más
“Me refugié en la calma y la soledad que dispensaban la Toscana y la Puglia (...) Mi novia me sugería que lo dejara durante un tiempo indefinido, incluso que me dedicara a otra cosa. ¿A qué?, pensaba yo, casi lamentando haber dejado la física teórica, casi olvidando que esta me hacía sentir mucho peor conmigo mismo que la literatura, provocándome ardores de estómago y erupciones cutáneas. Entonces pedí a Vanity Fair viajar a Afganistán de cara a realizar un reportaje sobre un destacamento militar italiano. Y todo cambió”.
Un capitán al rescate
“Corría el mes de diciembre y me encontré de bruces con algo infinitamente más poderoso y trascendente que mis miedos. Una noche, un capitán me explicó un episodio trágico de unos meses atrás, cuando un puñado de hombres murieron en una emboscada. Lo hizo de una manera tan desapegada como clara y, sin ser consciente de ello, la fue construyendo en los tres actos propios de la novela tradicional. Al contrario que con La soledad…, que se fue montando por bloques, aquí vi desplegarse frente a mis ojos un libro completo en diez minutos. Aterricé en Roma en un vuelo con escala y, después de una semana sin disponer de un teléfono, corrí a llamar a mi pareja para contarle que creía que al fin había dado con una posible novela. Ella, que sabe que soy un fan de la literatura bélica, se olió que iba a tirar por la vía militar y se puso hecha un basilisco. Temía que el asunto me sobrepasara, no me creía preparado para abordarlo. Tuvimos unas peleas de órdago que llevaron la relación al límite. Con todo, a los quince días de regresar ya estaba abducido por el proyecto”.
Entrevista a Paolo Giordano
No yo-yo: vosotros-vosotros
“Lo que más me impresionó en Afganistán fue la sensación de comunidad, ver a tantos jóvenes compartiéndolo todo las veinticuatro horas del día durante largos periodos de tiempo, de algún modo me transportó a esos campamentos de verano de la infancia hacia los que siempre he desarrollado una nostalgia tremenda. Establecían una conexión intensísima, muy difícil de hallar si sigues un camino individualista, como es el de la física o la escritura, donde tú y tus objetivos sois lo único en juego. Por primera vez en un lustro me descubrí dejando de pensar en mí y perdiéndome en las formas de ser y en las historias de un grupo de gente de mi edad. Todo ahí desprendía un aire elemental y espontáneo que se me antoja casi irreconocible en la confusa, liada y viciada existencia cotidiana. (...)
El cuerpo es sabio
“El título El cuerpo humano surge del hecho de observar la relevancia que adquiere el mismo bajo circunstancias extraordinarias. Cuando existe una amenaza, el cuerpo es lo primero de lo que te debes preocupar. En ambientes controlados y seguros nos podemos olvidar de él, incluso apenas reparar en que existe a menos que estemos en cama a 40 de fiebre, un lujo que no te puedes permitir en una fortificación en medio del desierto con el enemigo rondando y donde el alimento te cae del cielo una vez cada veinticinco días. Esa faceta animal de uno se vuelve muy relevante. También me interesaba mostrar cómo el cuerpo es capaz en ocasiones de anticiparse a los acontecimientos, cómo lanza mensajes de alarma que se adelantan a la capacidad de reacción del cerebro, de aquí que todos los personajes sientan en el estómago que algo va a ocurrir antes de procesarlo mentalmente”.
Masculinidad más femenina
“No me ha interesado analizar la guerra ni el ardor bélico, que solo forman parte del trasfondo, pero sí el concepto de heroísmo. Como quintaesencia de todos los valores masculinos, siempre me había sentido muy intimidado por el héroe de guerra. Los protagonistas empiezan con una visión muy estereotipada e ingenua de lo que este representa pero, al golpearles la tragedia, descubren que hay formas de abordarlo más éticas, altruistas y ligadas a la vida interior. Ahora que he formado una especie de familia, con mi novia y sus hijos, yo mismo he visto que se requiere de un cierto heroísmo para sostenerla. Hay algo mucho más femenino en el heroísmo de lo que muchos piensan. De manera que escribir este libro ha supuesto, en cierta manera, pasar un rito de masculinidad”.
La generación ¿?
“El mayor logro de la literatura es conseguir que empatices con alguien a priori muy diferente y extraño a ti. Eso es lo que busco porque, de conseguirlo, seré capaz de activar un gran espectro de respuestas emocionales. ¿Riesgo de caer en la cursilería? No lo pienso, es más, a veces me digo que debería ser un poco más azucarado. Lo que he intentado es dar con las claves que definen a mi generación y no he sido capaz más que de sentirlas, no de expresarlas con palabras, un terreno en exceso abstracto. Las generalidades, como qué es caprichoso o egoísta, se las dejo a los políticos”.